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Cuando vimos a Michael Haneke alzarse con la Palma de Oro del Festival de Cannes fuimos muchos los que lo celebramos debido a la genial trayectoria del director austriaco. Pero después de ver la película en cuestión puedo asegurar que la cinta también lo merecía. Y mucho. Podría parecer a primera vista una película alejada del cine habitual del director, pero esto no es para nada así. Aunque se trate de una película ambientada en el pasado y rodada en blanco y negro contiene todos los elementos que hacen del cine de Haneke una experiencia brutal y descorazonadora: la distancia moral, la carencia de banda sonora, la importancia del pasado en el presente, el prejuicio como elemento constante en la sociedad occidental, etc... A la bella y fría fotografía se le puede añadir un montaje acertado que subraya la desolación que produce el visionado de la película. Pero sobre todo Haneke se reivindica como el genial director de actores que es con un reparto soberbio y en el que, pese a tratarse de una historia muy coral, se puede decir que todo el elenco está magnífico. Yo destacaría especialmente las interpretaciones de Leonard Proxauf y Roxane Duran. Para mí la perla de la película es la escena en la que la hermana mayor le habla al chico pequeño sobre la muerte. Imborrable.