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De tapadillo, sin hacer apenas ruido (excepto por sus tímidas pretensiones por colarse en la carrera de los Oscar) llega a nuestras pantallas la nueva película de los hermanos Coen. Y no se trata de una película más sino de la que quizá sea la quintaesencia de su cine. Ciertamente creo que se trata de la película más personal de la genial pareja de realizadores, lo que quizá la convierta en un producto con menos atractivo de cara a la taquilla que el resto de sus creaciones. Los Coen lográn en este caso uno de los mejores guiones de su carrera (lo que ya es mucho decir) y lo ponen al servicio de un reparto carente de estrellas (ni siquiera aparece Frances McDormand) entre las que destaca la acertada interpretación de su protagonista Michael Stuhlbarg. La película convierte lo cotidiano en una experiencia horripilante y es de este día a día donde aflora su ácido humor. Se trata de una película indispensable para los amantes de la comedia, de los Coen o, sencillamente, del buen cine.