martes, 12 de octubre de 2010

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Pues como prometí traigo noticias desde el Festival de Sitges. Y buenas. Porque es que la última película de Gregg Araki es todo un festival. Es un desparrame de gags (o más bien tonterías) hilvanadas por un guión ligero, rápido pero aparentemente improvisado. Se trata de una de esas películas en las que el director es fiel a sí mismo y ofrece lo que se espera de él. Pero Araki ha madurado y es consciente de que ya no estamos en los 90 y que el cine gay ya no necesita ser reivindicativo ni polémico, sólo divertir y lograr así una cierta cuota de mercado que sin duda merece. Con unos personajes loquísimos y una historia bastante delirante la película divierte desde el primer hasta el último minuto. Eso sí, que se abstengan los que exigen coherencia a las películas.

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