miércoles, 16 de junio de 2010

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En el cine hay un hecho curioso que se repite una y otra vez. Tras un cierto éxito un director intenta hacer su gran película y sólo consigue hacer un bodrio inaguantable. Para coger fuerzas de nuevo decide hacer alguna producción pequeña y poco pretenciosa y, paradójicamente, es entonces cuando su cine vuelve a resurgir. Este es el caso de la nueva película de Jean-Pierre Jeunet que, sin ser su mejor película ni de lejos, consigue mucho pretendiendo muy poco. La simpatía que despiertan los personajes, así como la sencillez de la historia y una fotografía, narrativa y diseño de producción marca de la casa consiguen arrancarnos alguna que otra sonrisa y hacernos pasar un buen rato mientras vemos esta película amable cuyo principal problema es que no perdurará demasiado tiempo en nuestra memoria. Eso sí, que se abstengan los críticos con el director: en esta película es demasiado fiel a sí mismo.

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